Se destaca cómo la tecnología avanzada y los protocolos adecuados pueden ayudar a prevenir problemas y mejorar el manejo en granjas lecheras.
Las vacas recién paridas son las más delicadas del rebaño. Las tres cuartas partes de los problemas médicos que sufren ocurren durante el primer mes de paridas. Aquí se incluyen los partos distócicos; las enfermedades metabólicas como la retención de placenta, la hipocalcemia, la cetosis, las indigestiones o las dilataciones de cuajar; y los problemas infecciosos como la metritis, la mastitis o las neumonías. Además, según discurra este periodo se va a desarrollar el resto de la lactación. Evidentemente, la vaca que enferma con alguna o varias de las enfermedades anteriores va a ver afectadas su producción y fertilidad posteriores.
Los aspectos que se ven influenciados por las enfermedades subclínicas son la producción de leche; la salud de la ubre y con ella el nivel de células somáticas; las cojeras; los problemas reproductivos como el anestro posparto, o sea, las vacas que no salen en celo, el aumento del número de inseminaciones por preñez, las reabsorciones embrionarias o los quistes ováricos; la mortalidad y la tasa de desecho involuntario, entre otros muchos problemas.
La metritis puerperal puede llegar a afectar hasta el 40% de las vacas y va a dar lugar a una menor producción de leche, un aumento de la infertilidad y de la probabilidad de que la vaca sea enviada al matadero. El diagnóstico se hace detectando por palpación rectal un útero agrandado y por exploración vaginal observando un flujo uterino muy fluido, grisáceo y maloliente. La vaca tiene fiebre, come poco, produce menos leche, está deshidratada y apática.
La cetosis es otra enfermedad muy prevalente en las vacas alrededor del parto. Se diagnostica determinando los cuerpos cetónicos en orina, leche o sangre.
Tradicionalmente, cuando los ganaderos detectaban una vaca en la sala de ordeño que había bajado la producción o veían en los corrales que no comía o no se levantaba rápidamente a ordeñar o a comer, llamaban al veterinario inmediatamente. Cuando éste llegaba, la buscaban en el corral, si no la habían dejado apartada en la enfermería, y la diagnosticaba y trataba. Esos buenos ganaderos no solo eran capaces de ver el descenso de producción, sino que muchas veces recordaban las producciones de partos anteriores y te llamaban cuando en el parto siguiente la vaca no producía lo que ellos esperaban. Había ganaderos que cuando ibas a verles incluso te decían el número de “golpes” de rumia por bolo.
Pero al aumentar el tamaño de las granjas y con ello la mano de obra, en muchas ocasiones muy atareada o poco cualificada, los ordeñadores no se percatan del descenso de la producción. Tampoco prestan tanta atención a comportamientos anómalos de las vacas y por ello ya no se hace un diagnóstico temprano de los problemas.
Además, cuando se empezó a tomar conciencia de las enfermedades subclínicas surgió la necesidad de diagnosticarlas tempranamente y la única manera era tomando muestras de leche, orina o sangre y analizarlas.
Para solventar el problema del diagnóstico temprano, tanto de las enfermedades clínicas como las subclínicas, los veterinarios ofrecieron a los ganaderos la posibilidad de servicios extra, programas de diagnóstico clínico y laboratorial que permitían el tratamiento temprano a las vacas que lo necesitasen. Se trataba de que durante los 10 o 14 primeros días posparto las vacas fueran exploradas diariamente. Para ello se les tomaba la temperatura rectal, se medía la acetona en leche, orina o sangre, se comprobaba el llenado del rumen y/o los movimientos ruminales por observación directa o por auscultación, también se auscultaba el cuajar por si estaba dilatado y desplazado y se comprobaba si había retención de placenta o flujo uterino anómalo, bien extrayéndolo por medio de un masaje rectal o por exploración vaginal con un espéculo o directamente por palpación vaginal con la mano enguantada.
Con todo lo anterior completado se hacía el diagnóstico temprano y se trataban las vacas.
Testimonio de un caso complicado
De nuevo, era el nutrólogo de la empresa que suministraba los correctores y otros aditivos a la granja el que había solicitado nuestros servicios. Por un lado, por ayudar al cliente y por otro porque, como pasa en tantas ocasiones, ante la gran cantidad de problemas médicos que habían surgido, se empezaba a sospechar que el origen podría ser la alimentación. Hay que decir que previamente el nutrólogo había hecho su trabajo; había revisado la formulación, había tomado muestras de las materias primas y de la mezcla del carro y analizándolas comprobó que todo estaba bien.
Llegamos a la granja a eso de las diez de la mañana y el propietario nos esperaba con las vacas apartadas en un corral que tenía a la salida de la sala de ordeño. Lo usaba para apartar las vacas que había que inseminar y también las vacas enfermas o convalecientes para así revisarlas más cómodamente. Las vacas estaban trabadas en las cornadizas para facilitar el trabajo. El panorama era desolador, había vacas con fiebre, otras con cetosis, con retención de placenta y metritis. También había dos vacas operadas de desplazamiento de cuajar pero que no se recuperaban y otra esperando a ser operada. Como es de suponer todas esas vacas enfermas no comían ni daban apenas leche. A la vez que exploramos las vacas hicimos la anamnesis y así nos informaron de que la granja estaba en crecimiento, que antes tenían pocos problemas, pero que desde unos tres meses atrás todo había ido a peor. Empezó poco a poco, con más desplazamientos de cuajar de lo habitual. Entonces, para prevenirlos, el veterinario sugirió que se podía revisar las vacas durante las dos primeras semanas de paridas para diagnosticar lo más tempranamente posible la fiebre y la cetosis, tratarlas y con ello evitar que dejaran de comer y se les diera la vuelta el cuajar. Había muchos artículos científicos que lo avalaban y lo habían contado diversos expertos internacionales en los congresos veterinarios y en las jornadas que organizaban los laboratorios farmacéuticos. Así se decidió. Se programaron tres visitas veterinarias semanales, lunes, miércoles y viernes, se explorarían todas las vacas en el posparto tanto para diagnosticar las enfermas como para revisar las vacas ya tratadas. Pero contrariamente a lo esperado, el número de vacas con fiebre y cetosis aumentó, y no solo eso, sino que las vacas enfermas respondían peor a los tratamientos e incluso las operadas no mejoraban.
También se buscó el origen de los problemas. Como tantas veces sucede, primero se investigó la posibilidad de que en la granja estuviera circulando el virus del BVD dado que, como produce inmunodepresión, esta podría ser la causa del aumento de los casos de fiebre y metritis. Pero los análisis dieron negativo. Así mismo se pensó que, como también se había visto en congresos y artículos técnicos, el problema pudiera tener origen en el preparto y se empezó a mirar la cetosis también a ese grupo de animales. Además, la cetosis ya no se miraba en la orina o en la leche, sino que ahora se sacaba un poco de sangre del rabo y se analizaba con un aparatito electrónico. Sin duda ese es el mejor método y permite diagnosticar la cetosis subclínica de manera cuantitativa. Efectivamente, encontraron alguna vaca con cetosis subclínica en las vacas en preparto. Se trataron las positivas y se administró a todas bolos de monensina para prevenir la cetosis en todo el periparto. Pero de nuevo el problema no se corrigió, es más, fue aún peor.
A todo esto, ya eran las once y le dije al ganadero que podía soltar las vacas, pero me contestó que iba a esperar al veterinario porque le había llamado diciendo que le había surgido una urgencia y que llegaría un poco más tarde. Entonces pregunté a qué hora se trababan habitualmente las vacas y me dijo que a la salida del ordeño, en concreto ese grupo entre las ocho y media y las nueve y las de preparto se trababan una media hora más tarde, cuando las echaban de comer. ¿Y a qué hora solía llegar el veterinario? pregunté de nuevo y me contestó que según anduviera de trabajo.
Continuamos revisando el resto de los corrales y muy especialmente los de preparto y postparto, así como los tratamientos preventivos y terapéuticos que se aplicaban. Cuando nos fuimos el veterinario no había llegado aún.
Sin duda el causante del problema, mejor dicho, el agravante del problema era el mantener a las vacas amarradas tanto tiempo. Las vacas alrededor del parto, tanto en preparto como en posparto, son extremadamente sensibles a cualquier disminución del tiempo que pasan comiendo o descansando. Disminuciones de tan solo media hora hacen que se incrementen los problemas metabólicos como la cetosis y con ello se cause una inmunodepresión que predispone a problemas infecciosos como la metritis, los cuales, a su vez, de nuevo, agravan los metabólicos. Es un círculo vicioso endiablado que no se puede atajar con ningún tratamiento y no son pocas las ocasiones en que la vaca termina muriendo por alguna infección, desplazamiento de cuajar e hígado graso.
Este tipo de problema lo he podido ver en muchas granjas y no solo en vacas recién paridas, también más tarde, por ejemplo, cuando se dejan amarradas mucho tiempo las vacas en celo para después inseminarlas.
¿Por qué se pusieron de moda estos protocolos?
Al aumentar el tamaño de las explotaciones detectar las vacas enfermas se convirtió en un problema. Por otro lado, con el descubrimiento de las enfermedades subclínicas, que eran las que no producían síntomas clínicos, se hicieron muy populares los protocolos, basados en la toma de temperatura y la detección de cuerpos cetónicos en sangre, para diagnosticar metritis y cetosis durante los primeros diez días posparto. El tratamiento precoz de los animales que se diagnosticaron de esa manera, sin duda, era positivo frente a los animales no tratados y que evolucionaron agravando esas enfermedades. Esos estudios se hicieron en granjas experimentales o privadas que disponían de abundante mano de obra veterinaria, por lo menos mientras duraron los estudios. Pero en granjas con asistencia veterinaria reducida esos protocolos implicaron tener mucho tiempo a las vacas amarradas.
Buscando soluciones
Si una granja crece en número de animales tiene que crecer proporcionalmente en mano de obra y, sobre todo, en tamaño de las instalaciones. En el caso de la granja que visitamos, al crecer, aumentó la densidad de animales, especialmente, en los corrales de preparto y postparto y esa fue la causa del aumento de los problemas.
Pero, ¿cómo hacemos para que los empleados detecten las vacas enfermas y no digamos ya, las vacas con enfermedades subclínicas?. Sin duda hay que tener mano de obra suficiente, formarla y ofrecer protocolos sencillos de detección de los diversos problemas médicos. También es muy importante contar con servicios veterinarios que tengan disponibilidad suficiente para nuestras necesidades. Pero las dos cosas, como todos sabemos, cada vez son más difíciles de encontrar.
Afortunadamente la tecnología acude en la ayuda al ganadero. Hace tiempo que disponemos de robots y salas de ordeño informatizadas que avisan al ganadero de las vacas que tienen descensos en la producción de leche y ello permite que nos centremos solo en ellas y no en todas las vacas del corral. Y más recientemente los sistemas de monitoreo automatizado, basados en acelerómetros instalados en los collares de las vacas, ya no solo sirven para detectar el celo y decirnos el momento óptimo para inseminar, sino que también, analizando con programas de inteligencia artificial sofisticados los datos de movimiento, rumia, descanso, etc., nos avisan, muy precozmente, de las vacas que pueden sufrir algún problema y así solo tendremos que atenderlas a ellas dejando tranquilas al resto de las vacas.
Pero los collares de monitoreo más avanzados tienen una función aún mejor que la de detectar animales enfermos, avisan cuándo hay problemas en todo el corral. Pueden detectar una disminución general de la rumia como sucede cuando hay un cambio de ración o de materias primas problemático, cuando hay un aumento del número de animales en el corral que acarree estrés social o aumentos de la temperatura ambiente que originen estrés por calor. Cuando alguna de esas circunstancias es detectada, especialmente en el corral de preparto, nos va a permitir adoptar medidas correctoras tempranas, tanto individuales como de grupo, que nos hagan adelantarnos a los problemas y con ello tener inicios de lactaciones sin enfermedades y, por ende, más productivas. La solución no es diagnosticar y curar, ni siquiera las enfermedades subclínicas, la solución es anticiparnos a los problemas para que las vacas no enfermen.
Artículo técnico publicado por Juan Vicente González Martín en el número 263 de la revista Frisona Española