En el inicio de agosto de 2023, una noticia me interpeló, me conmovió, y escribo estas líneas esperando que –como tanta muerte absurda y evitable- el cierre del tambo de Cristina Coggiola tenga algún sentido.
En el mundo hay 150 millones de hogares con animales, que producen más de 910 millones de toneladas de leche por año, de las cuales el 80% se produce mediante bovinos, un 15% con bubalinos y un 5% con cabras, ovejas y otros.
Con excepciones puntuales, en el mundo se siguen cerrando lecherías o tambos, con tasas que van del 2% al 10% anual de los establecimientos. España y EE.UU. llevan la delantera en este ranking “naturalizado”.
Cuando se indaga respecto a los por qué aparecen como causales la falta de escala, el poco apego al asociativismo, el no recambio generacional, el atraso tecnológico, la competencia por el uso de la tierra, la falta de personal idóneo, etc.. El fenómeno de cierre de tambos también se da en Argentina y el Cono Sur, aunque las tasas de cierres de tambos son menores a los de los grandes jugadores globales (EE.UU., Europa, Oceanía).
Ergo, el cierre de tambos no es algo «noticiable», pero lo real y concreto es que desde hace más de una década se cierra alrededor de un tambo por día en Argentina
Este 3 de agosto de 2023, a días de otro aniversario del Día de la Enseñanza Agropecuaria en Argentina, María Cristina Coggiola, productora de la zona de San Francisco comunicó que había cerrado su tambo. Dijo en las redes que el lunes 31 de julio le había puesto el punto final al sueño de su padre Norberto: “Solo me queda agradecerle a mis vaquitas, mis amores, y pedirle perdón a mi papá”, y casi que me cae un lagrimón cuando lo leí. A diferencia de la mayoría de los cierres de tambos, que en muchos casos son un alivio para las familias, Cristina cerró su tambo, «que nunca pensó cerrar».
No decodifiqué que en el relato de esta tambera hubiese agresividad, sino una atinada elección de palabras, describiendo historias y sensaciones, eligiendo frases sencillas y emotivas para despedirse de sus vacas, de su gente, de su tambo, donde se crió y el que comandaba desde hace casi una década, tras la división de bienes de la familia.
A los 50 años de vida, esta productora y comerciante con sangre emprendedora en sus venas, que tiene un gran comercio en la zona céntrica de San Francisco, dijo basta.
Fue una decisión que Cristina venía madurando desde hace algunos meses, pero la mezcla entre que se trata de un rubro “en el que se factura y cobra todos los meses”, y el mandato paterno, hizo que esta emprendedora locuaz y sensible haya surfeado todas las olas que se le presentaron: falta de rentabilidad, un rodeo diezmado por brucelosis y tuberculosis, que una empresa láctea se le haya quedado con dos meses de leche adentro, inundaciones severas en 2016, un tornado que le voló el techo de las instalaciones de ordeñe en 2018, falta de políticas de aliento a la producción, dólar soja, dólar maíz, y una sequía espantosa en 2022/2023.
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La convicción productivista fue la que llevó a Cristina a hacer un techo nuevo en el tambo, a comprar aspersores y ventiladores para el bienestar de sus vacas y su gente, a invertir en genética, a lograr leche de alta calidad y hasta comprar un tanque de frío que permitía acopiar hasta 20 mil litros, un objetivo que se había propuesto desde sus modestos 2.500 litros actuales… pero no pudo ser.
Faltaba poco para llegar a la otra orilla
Diez camiones repletos de granos de maíz, diez camiones repletos de energía le hacían falta para subsistir y superar una ola más, en este surfeo tambero. Pero la emprendedora se cansó y prefirió llorar algunas horas, viendo como las vacas se iban de su tambo, antes que darse la cabeza contra la pared y salir mal del negocio.
La historia nos enseña que los apellidos se volvieron obligatorios en Italia en el año 1564, y que los Coggiola eran una familia de la región de Cuneo, probablemente de origen lombardo. En la antigüedad se les llamaba Luisetti o Luisotti. Se formaron tres líneas de esta familia: la de los condes de Coggiola, la de los señores del marquesado de Ceva y la de los marqueses de Campiglia, los dos últimos extintos. Es probable que los Coggiola hayan recogido y trasladado a diversas partes del mundo la impronta germánica de los lombardos, que eran conocidos por su habilidad en la guerra y su ferocidad en el campo de batalla. Traslademos aquellas guerras fundantes de Occidente al terreno actual.
Es probable que ese legado cultural haya explicado en parte la convicción de María Cristina Coggiola para seguir siendo una pequeña productora tambera de poco más de 100 vacas. Los hechos abonan mis argumentos. Su vena emprendedora la ha convertido en una exitosa comerciante con un enorme salón de ventas en la Avenida Libertador Norte de la ciudad de San Francisco (“su lugar en el mundo”), pero “no es posible que a un tambo lo sostenga la buena facturación de una pañalera”, señala a modo de síntesis.
Leo y releo su Instagram: “Los cambios son muy duros. Ya no sonará más el teléfono, donde el banco me avise del descubierto, ya no sonará el teléfono cuando el tambero me diga a las 4 am, no me anda el motor, no tengo luz, no me funciona la electrobomba, se cayó el camión de la leche a la cuneta, no tengo tractor, no tiene nitrógeno el tacho del semen y no sé qué paso y así muchas cosas. Sé que fueron cuestiones externas a nosotros que no dejaron, que no permitieron que la empresa pueda crecer y que las cosas sean mejores, las cuotas de la mala suerte, la inestabilidad económica del país, nos cachetearon de todos lados. No tuvimos la fuerza económica, para poder invertir y poder hacer nuevos cambios … Hoy estamos de duelo, fue desconsolador el llanto cuando se alejaban los camiones”.
Se me cierra el pecho y se me nubla la vista. Me embarga el dolor y la bronca. Me obnubilo. Respiro profundo y sigo. El periodista tiene que escribir una buena nota -pienso en tercera persona-, quiero que se viralice, quiero que la puedan leer quienes definen, en alguna parte o en un todo, la vida o la muerte, la democracia económica, la vida de los pueblos, el arraigo.
Sabrán los que diseñan el dólar maíz, el dólar soja; sabrán los que en el marco de la campaña electoral se llenan la boca prometiendo rebajas de retenciones y no tienen ni una sola línea referida a como potenciar la lechería, a cómo controlar los daños a esta actividad, la que más trabajo de calidad y valor agregado genera en origen, se referirán alguna vez a lo que piensan hacer para evitar que sigan desapareciendo los productores que –como María Cristina Coggiola- desean seguir en la actividad.
Entenderá la dirigencia tambera y agropecuaria lo importante que es la unidad. ¿Se pondrán de una vez a diseñar un paso a paso, con acuerdos mínimos?. Lo importante es que haya una voz clara, un lobby fuerte y potente que marque un rumbo y frene la sangría de tambos que quieren seguir como el de Cristina Coggiola.
“Diez camiones repletos de granos de maíz, diez camiones repletos de energía le hacían falta para subsistir”, repito como un orate la frase que me dijo Cristina en la noche del 3 de agosto.
Estoy a punto de cumplir 60 años, y he sido un “periodista militante” de la lechería en el inicio de este siglo, cuando la leche llegó a valer 8 centavos de dólar y el país se iba al precipicio. He observado y aprendido de procesos, de cambios. De a poco me fui “acorazando”, tranquilizando, y aprendiendo a entender y no sufrir.
Hoy la realidad se ha encargado de “cachetearme”, de interpelarme, y por eso deseo gritar fuerte: “no se olviden de la lechería”.
Por José María iachetta – Director de Contenidos de Grupo TodoAgro