Javier Echazarreta del INTI y José Jauregui de la Universidad Nacional del Litoral explicaron que las metodologías para medir la huella hídrica a nivel global se dividen en 2 grandes ramas: la primera la define como el volumen de agua necesario para producir 1 kg de un producto. La segunda rama la define como una métrica que cuantifica el impacto ambiental potencial asociado al uso del agua.
A su vez, la huella hídrica se divide en 3 grandes categorías: el agua Verde que básicamente es la que proviene de las precipitaciones y que regresa al sistema a través de la evaporación o es absorbida y transpirada por las plantas. El agua Azul azul incluye el agua de acuíferos utilizada para consumo animal o riego. El agua Gris representa el volumen de agua adicional requerida para diluir los contaminantes generados en el proceso de obtención de la carne.
En cuanto a metodologías de estimación, las dos más usadas son la WFA o Water Footprint Assessment, la más tradicional y difundida; y la WULCA, basada en el llamado análisis de ciclo (LCA por sus siglas en inglés). “Estos métodos tienen diferencias que condicionan los valores obtenidos y, por tanto, las huellas hídricas estimadas para la actividad ganadera en países como Argentina”.
La WFA suma los 3 tipos de agua y elabora valor único que difiere entre sitios según el sistema de producción, pero no hace distinciones según la escasez de agua. “El WFA no nos dice nada acerca del riesgo de competencia del agua usada por una actividad con el agua para consumo humano, y sabemos bien que no es lo mismo producir 1 kg de carne en Israel que en la Pampa Húmeda”, adelantó Jauregui.
A diferencia del primero, WULCA sí considera la potencial contribución a la escasez de agua potable para consumo humano y/o el ecosistema. Según WULCA, el agua Verde no contribuye a la escasez, ya que hasta que no se transforma en Azul, no afecta la salud de los ecosistemas ni puede ser utilizada por el hombre.
En términos de WFA, la huella hídrica de la ganadería bovina mundial promedia los 7.400 lt/kg de peso vivo. Aun con esta metodología tradicional, la huella promedio de la ganadería argentina es de 2.300 kg, es decir casi un 70% por debajo de la media.
Pero cuando medimos según el WULCA, esa diferencia es aún mayor. Por ser en un 90% de base pastoril, sin riego y desarrollada mayormente en zonas húmedas o semihúmedas, los sistemas bovinos argentinos se componen mayormente de agua Verde. Así, la Huella desciende de 2.300 a tan solo 45, casi 98% menor.
“Estas mediciones deberían ser tenidas en cuenta antes de hacer diagnósticos apresurados que demonizan la actividad. También debería impulsarnos a seguir estudiando y generando conocimientos que ayuden a tomar mejores decisiones y a continuar reduciendo la Huella Hídrica y haciendo cada vez más eficiente la actividad”, cerró Jauregui.