Será porque es la única manera de llevar dulce de leche en el bolsillo para degustar en cualquier parte. O porque su estructura de bocadito nos pone a salvo de andar cuchareando sin límite. Lo cierto es que la Vauquita es una de las golosinas preferidas de los argentinos, pero pocos saben que en su historia se entrecruzan Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares.
Su origen se ubica entre fines del siglo XIX y del siglo XX, cuando el abuelo de Bioy, Vicente Casares, fundó su empresa láctea en Cañuelas. La firma fue bautizada como La Martona, en honor a las dimensiones de Marta, la madre de Bioy, que para los estándares de esta época sería una muchacha “plus size”.
Con el mismo formato que la actual, en cajita de cartón, la golosina no tenía nombre. En el envase, ilustrado con una vaca, se leía la descripción: tableta de dulce de leche. Así, gracias a su tamaño y a la figura del noble animal, empezó a conocerse como “la vaquita”. Aunque no puede asegurarse que Borges fuera uno de sus fanáticos, sí está probado que el dulce de leche era su debilidad.
“Come en casa Borges”. Así empiezan muchas de las entradas de los diarios “Borges”, de Bioy Casares, editados por Daniel Martino. Y después de los dos puntos varias veces se hace alusión al que para el autor de El Aleph era un manjar de los dioses. Lo incluía en la lista de “excelencias argentinas”, junto con “el choclo, algunos tangos y milongas, el poncho de vicuña y el pejerrey”, entre otras cosas. Y aseguraba que por placer, en lugar de con alcohol, sería mucho mejor emborracharse con dulce de leche.
La Vaquita, dulce de leche semisólido, se vendía en los locales a la calle que por entonces tenía La Martona, atendidos por despachantes de impecable delantal blanco, donde también se podía comprar leche, crema, quesos y lácteos de todo tipo.
Para esa empresa, los escritores redactaron el folleto “La leche cuajada La Martona – estudio dietético sobres las leches ácidas (1936) que, dicen los académicos, fue la primera colaboración literaria entre ambos. Y una suerte de gauchada de la familia Bioy a Borges, que no era rico ni mucho menos, y cobró 16 pesos por página.
Pero los buenos tiempos se fueron desvaneciendo, la fábrica cerró en 1978 y hoy la marca La Martona pertenece a La Serenísima.
Vaquita, Vasquito y Vauquita
Resulta que en verdad la tableta de dulce de leche había sido una creación de Santos Atilio Vidal Ruíz, quien fundó en 1928 la fábrica Cauca, que aún hoy elabora chocolates, alfajores, bombones y dulce de leche en Trenque Lauquen.
«Mi abuelo -cuenta Raúl Vidal, dueño de Cauca- le vendía dulce de leche a La Martona. En esa época se despachaba en tambores metálicos de 270 kilos. Cuando el envase volvía, quedaba un remanente azucarado. Entonces, en los años 30, a mi abuelo se le ocurrió aprovecharlo y agregar más dulce de leche para obtener un bocadito. Le puso de nombre ‘El vasquito’. Se ve que alguien de La Martona tomó la misma idea. Pero el que hacía mi abuelo era más alargado y se vendía en envase de papel metálico. Parecido al bocadito Holanda».
Según cuenta Vidal, El Vasquito era muy popular en la provincia de Buenos Aires. «Cuando se levantaban los pisos de los viejos cines de pueblo, más de una vez encontraban los envoltorios de la tableta de dulce de leche», dice desde Trenque Lauquen. «No conozco del todo la historia -se lamenta- pero en algún lugar tengo las fotos de cómo se trabajaba el dulce de leche en mesadas con circulación de agua fría».
Es que Santos Vidal Ruiz había traído a un pastelero desde Italia -de apellido Ponti, recuerda su nieto- que conocía los secretos del dulce de leche. «Como enfriarlo, como inyectarle aire. Esos trucos, bien guardados, todavía hoy los usamos en Cauca», explica el heredero. Y revela que en aquella época en lugar de glucosa, al dulce de leche se le ponía miel. «Te imaginás que el sabor nada que ver con el de ahora», asegura.
Con el tiempo y las crisis, El Vasquito dejó de fabricarse. Hasta que a fines de los 70, a Raúl Vidal se le ocurrió reflotarlo. Pero no podía lanzarlo con el mismo nombre porque la marca estaba registrada, y tampoco podía ponerle «vaquita», porque no significaba nada. Entonces alguien le sugirió agregar la «u» y nació La Vauquita.
Sin embargo, a pesar del éxito de la golosina, de la que se llegó a producir 52 mil unidades por día, con los años los propietarios de la firma decidieron concentrarse en los chocolates y vendieron Vauquita a Heladerías Massera, que quebró en 2001. Cauca abrió locales en la costa atlántica y lanzó otra versión de la tableta (la Cauquita).
La Vauquita fue rescatada por Rubén López, actual dueño de la firma La Dolce, un hombre que empezó como kiosquero y se convirtió en uno de los mayores distribuidores de golosinas del país. «A Vauquita la compré hace más de quince años en un remate, había estado desaparecida por un tiempo largo. Vauquita era una marca monoproducto y nosotros fuimos haciendo una familia con alfajores y chocolates, pero cuidando siempre la receta original y los mismos ingredientes», contó en una nota.
Hoy, Vauquita tiene una página en Facebook y un sitio web donde asegura que “desde hace más de 80 años” es “la golosina de dulce de leche favorita de los argentinos”, con una receta única “crocante por fuera y suave por dentro”. Con la misma marca se suman una “presentación familiar” en forma de torta, alfajores de arroz, chocolates rellenos y por supuesto dulce de leche. Como para no defraudar a Borges, el más famoso de sus fanáticos.
Por Graciela Baduel – Publicado en Clarín.com